PINTURA

DELHY TEJERO

Moussia, 1954 Delhy Tejero

          La sucursal de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Salamanca abrió el día 7 del corriente mes las puertas de su salón de arte para presentarnos en él otra muestra. Es esta la de una artista cuyo nombre nos lleva muy lejos y su apellido nos detiene aquí. Lo mismo su pintura. Tenemos en esta un abrazo entre Oriente y Occidente. Un fondo de trova envuelve en su perfume toda esa creación, que produce, por un lado, el efecto de un cultivo primoroso de cuidado jardín y, por otro, el de la pintura de un errabundo artista medieval. Hay vigor y, a la vez, deshacimiento, como si tras de un tremendo esfuerzo sobreviniera un desmayo. Se perciben vaivenes entre asperezas y atrayentes suavidades. A veces parécenos ver al viento batir las yacentes playas oscuras, que esperan resignadas ante la tormenta que se acerca. En otros lugares, la tierra se muestra como fiera acobardando a un sol indeciso. Hay algo aquí de salvaje independencia, contrastada con un sentimiento de no presentida esclavitud. Y todo encajado en melancólica dulzura, nacida de un detenido deseo que cava imperceptiblemente en el alma una huella profunda. Y de ahí esa especie de angustia desesperada y al mismo tiempo agradable que de nosotros se apodera y nos lleva a ese vértigo extraño y que obliga a permanecer largo tiempo contemplando este silencioso mundo de leyenda.

          Es esta pintura un duro reflejo de la penosa lucha del arte de nuestro tiempo, en la que no se puede quitar ni poner rey, ni tampoco servir a ciegas a señor alguno. Sorprende aquí la estampa viva de todas las tendencias, batidas en este desconcertante matraz. En “Moussia” tenemos un leve cubismo que se vuelve blando en las sombras. En estas se mueven una serie de brazos y por su magia somos trasladados y empujados a contemplar la danza de la inarmónica diosa india Laksmi, cuyos pies forman con los de “Moussia” un vértice que abre arriba mil ángulos. Esta sombra es también un espejismo que nos trae a los ojos el felino andar de una oscura y anfórica mujer de la Alta Nubia. “Moussia” tiene aire francés y gallardía española en su postura; pero dentro de un andrógino aspecto. El volumen es buscado por un camino de planos que pisa en el terreno de Cézanne. Los pantalones son la nota discordante por excelencia en este total desacorde tan bien conseguido.

          “Corbelios” canta su tono de soberano gris de caracola sobre un mar de pensamiento.

          En “Acorde salmantino”, la plateresca ciudad acuesta sobre calidades de tapiz, un oro amarillo que se va perdiendo en lagos celestes de moribundo sol.

          “Románico” es impresionante de calidad y de equilibrio. Es ella la mujer fuerte. Emparedada fue y colgándole piedra en polvo levanta un rostro y un pecho de almena. Tiene también la aspereza de la piedra que se ve detrás y la resistencia de una coraza. La espátula tuvo ahí mucho que hacer.

          “Bodegón castellano” es una pieza maestra de sabrosa pintura. El juego de contrastes es perfecto y el azul ha sido fundido en grises, resbalando hacia ellos sobre deliciosos tornasoles. Las perdices y palomas cantan su alegría sobre las espigas y las frutas, y es tan feliz el mundo de este cuadro que no cabe otra cosa sino envidiarlo, pues los ángeles parecen volar por él.

          En un rincón, entre complementarios amarillo-azules, contemplamos la palidez mortal de “Mari-Luz”. Ya está pidiendo con la claridad de sus ojos soñadores un hueco en el trasmundo. La sangre huyó de su cuerpo y la intensa blancura de su piel se hizo hermana del mármol. La silla es una fúnebre rúbrica.

          En otro rincón hay lucha brava de caballos en estado de crisálida. Uno de los brutos nobles se ríe … Y al reírse se transformó en lobo.

          “Ávila” levanta en la tarde el rumor del Ángelus. Y “Los dos” novios, que funden sus ojos al unir sus mejillas, presienten el logro cercano de su azul esperanza. Quiero olvidarme de lo demás porque no acabaría nunca.

          De siete a diez de la tarde, hasta el día 18, puede verse esta interesantísima exposición que nos ha ofrecido la mano generosa de la notable artista zamorana Delhy Tejero.

LUIS CARRERA MOLINA

Artículo publicado el 11 de marzo de 1959 en el Diario “El Norte de Castilla”, de Valladolid (España).