EL ARTE DE AMÉRICA

Está germinando la semilla de otros mundos

Museo Nacional de México, “El Caballero-Águila”.

          Le gusta al indio caminar solo y entre las sombras, que solo la luz del sol, cuando va desapareciendo en la tarde, corone su emplumada cabeza. El arroyo es el espejo donde se mira después de apagar su sed. Sus canciones son la flecha que silba, el susurro de las hojas movidas por el viento, el rumor de las pisadas del puma. Cuando camina por la selva esmeralda, la serpiente que acecha le lleva sonidos enigmáticos al oído, que él traduce, que sólo él entiende. Con sus ojos tristes contempla el indio, en el silencio de la noche, el guiño de la estrellas. Después se acuesta en el suelo y sueña con el lucero de la mañana. Así vive en las soledades de la Naturaleza, y con la máscara de oro de su fantasía, se viste plumas para sentirse pájaro.

          América ha sido un lago dormido durante siglos. Quien haya vivido allí se habrá dado cuenta del grado de sensibilidad que guarda en su alma aquel nativo solitario que está sentado en un risco tocando la flauta con profunda tristeza, con esa aflicción dulce que recorre todo el continente en suave fuego acariciador. Aquel que sabe recoger de lo que le rodea, sugerencias de extraña belleza, que comprende el canto de las aves, lo que le dice una mazorca de maíz, que entiende, sobre todo, el quietismo de la piedra.

          América parece guardar un gran secreto en su “caballero-águila”; tiene dentro la palabra mágica, de la misma forma que la Esfinge de Gizeh en Egipto y la Dama de Elche en España.

          Piensa el nativo en otros tiempos de esplendor. Y ha sido “un día entre los días” cuando su arte ha vuelto a surgir con la pujanza nueva que un genio de la española Málaga le inyectó. Picasso, el mago de Occidente, asentó sus pies donde el sol se hunde y se erigió, también allí, en jefe supremo, arrancando de un arte que parecía dormir en la piedra y en el barro ese otro de la pintura.

          La intuición de Picasso ha puesto el dedo en la llaga. Abrió el corazón del indio para que salga a borbotones la sangre contenida en ese cuerpo que parecía muerto.

          Ha recobrado el americano el hondo sentir de los antepasados. Ya está levantando su bandera sensible, que azota el aire con suavidades de pájaro. En su alma baten las olas sensibles de los demás continentes.

El silencio de la tierra que está al Oeste tuvo presa el alma del indio, y con la recobrada libertad dará a su arte un sello que ha de ser como un llanto contenido, nacido en gran parte de la sencillez de sus vasijas de barro cocido.

          La sacudida que ha recibido el alma nativa de América ha de estremecer las orejas del caballo europeo, más atento al ruido de sus propios cascos que al suspiro perdido del hombre de las plumas.

          La semilla de los otros mundos está ya dando vida a esa planta-mezcla de razas blanca, negra y amarilla que, con la esencia india ha de alcanzar posiblemente la más alta originalidad que se haya conocido. Ha de ser como esas flores que nacen bellísimas del cruce de otras.

          El gran inventor Picasso supo manejar la honda de su genio con ímpetu baleárico, lanzando el valioso pedrusco de su idea sobre el lago inmóvil. Rescató para el mundo la continuidad perdida, su pureza abstracta propia de un concepto soñador que, vestido de inocencia, nos presenta una fuerza tremenda que sorprende por lo desconocida. La débil luz está llegando a llama y pronto será una hoguera

          Y mientras su arte vuelve a poseer esa grandeza, el indio sueña que la roja Pirámide del Sol ha de enviar sus flechas de amor a la blanca Pirámide de la Luna.

LUIS CARRERA MOLINA



Artículo publicado el domingo 26 de agosto de 1956 en el Diario “El Norte de Castilla” de Valladolid (España).