JOSÉ CLEMENTE OROZCO

Moderna migración del espíritu

  ‘Moderna migración del espíritu’, (1933), José Clemente Orozco

Museo Baker-Berry Library, Hanover, New Hampshire, EEUU

          Está lleno de honradez quien pinta lo que siente. La nobleza en el pintar busca una consecuencia donde llegar sin que se pierda el arte. Ser falso contra el entendimiento propio lleva a la confusión. Orozco, en su realismo social, buscó sus asuntos mejores sacando al aire los machetes acerados que anhelan hundirse en la entraña contraria para bañarse en la roja sangre. Orozco se embriagó en ese vino fuerte. Su labor fue meritoria en cuanto al intento de hacer resurgir una escuela de pintura mural que alcanzara a todo el mundo. Su intento fue noblemente apasionado; pero …

          A Orozco le falló el contraste sereno. Su América no tiene sosiego. Para él ha de ser todo feroz, y sus criaturas, gentes pobres llenas de odio injustamente perseguidas que buscan su liberación con el uso del arma. Resulta de ello un clamor de hombre de Sierra Madre, del que baja de las montañas para hacer objeto de sus iras al hombre blanco, del animal humano que aún maneja el arco con segura mano y certero tiro hiriendo y matando con su flecha bellísima de adornos y con veneno en la punta para no dejar esperanza de vida a quien tenga la desgracia de recibir el saetazo. La América de Orozco tiene aún muy a flor de piel su pasado feroz. Y manda a sus muchedumbres matar para alcanzar vida mejor. Por aquí camina la pintura de este revolucionario artista obstinado en seguir una temática sadista. Convierte su paleta en arco y su pincel en flecha para herir al hombre civilizado. De esta manera se coloca a veces en una situación absurda.

          El Goya de las pinturas negras es la imagen que sigue a Orozco en sus pinturas belicosas; pero si las tragedias negras del gran pintor aragonés enternecen a pesar del odio que muestran, los del mejicano llenan el alma de amargura. Goya fue una gran ráfaga de luz; el pintor de Méjico fue una manifestación de sombras.

          El humanismo de Orozco no sigue un concepto acertado; va por la senda del rencor; se ve en el mural que pintó donde aparece Jesucristo desclavado por sí mismo de una gran cruz de piedra, que Él mismo acaba de romper con su grande y pesado martillo que aún empuña. Un Cristo de cabeza bizantina con la mirada dura, que levanta un puño amenazador y con las piernas abiertas planta los pies en el suelo con gran energía. Su fondo de cañones, tanques, columnas griegas, Budas y Venus rotas en alucinante amasijo desconciertan al espíritu más equilibrado. Llama a este motivo “Moderna migración del Espíritu” y forma parte de sus catorce paneles de la “Epopeya de la civilización americana”.

          Este pintor que dejó la vida en 1949, no podía evadirse de sus obsesionantes motivos de carnicera bayoneta. “Luchas fratricidas” son una legión de trastornadas cabezas en horripilante montón salpicado por una verdadera jungla de cuchillos. Su pintura es un libro de ensangrentadas páginas. En ellas parece el artista no poder olvidar algún suceso trágico de su vida. Se echa de menos un sereno concepto donde la lucha se convierta en cortesía y comprensión. Se nos ocurre una comparación con “La rendición de Breda”, de Velázquez, el famoso cuadro llamado de “Las lanzas”, donde el vencido se inclina ante el vencedor con elegante dignidad. Aquel concepto caballeroso trasciende a cristianismo bien entendido. Allí la guerra no es una matanza, es un convenio de humanidad.

          El enamorado de la violencia llena de inquietudes sus motivos pacíficos. Y viste sus mendigos con telas de saco. Son como figuras labradas en postes igual a las de aquellos maderos de los pueblos primitivos de América del Norte. Tiene cabezas que parecen hechas a puntapiés. Viven entre piedras gigantescas removidas por fuego volcánico. Otros seres corren desatados hacia no sé dónde; van con las rodillas dobladas y los brazos tendidos, como si fueran a caer; se esfuerzan desesperadamente por sostenerse en el peñascoso suelo que se agita. Las nubes arañan los cielos.

          El gran error de Orozco fue su falta de quijotismo en sus combativos temas. Su gran acierto es haber sido el primer gran pintor que señaló un aspecto muy americano de la pintura contemporánea. Pero es un mérito dentro de una temática que nuestra sensibilidad europea rechaza por angustiosa. Sin embargo es muy comprensible la admiración que despierta por la enjundia de su técnica.

LUIS CARRERA MOLINA

 

Artículo publicado el domingo 16 de septiembre de 1956 en el Diario “El Norte de Castilla” de Valladolid (España).