En torno a una exposición en París

LA PINTURA EN EL CIRCO

‘Familia del payaso’ (1920), Georges Rouault

Colección particular

          Bajo el título “Arts et Tradittions du Cirque”, se ha preparado una modesta, pero muy interesante exposición, sobre temas del Circo en el Museo de Artes y Tradiciones Populares del Palacio de Chatillot, de París.

          Una exposición de pocas obras es suficiente, dejan buen sabor estas suaves llamadas del Circo y, sobre todo, cuando vienen de la mano de sus hermanos del arte “Mayor”, alta prueba de esa íntima relación existente entre esta clase y esa otra, aparentemente pueril que, en las ferias, clava estacas, coloca banderitas por todas partes y anuncia maravillas. Conviene palpar las sugerencias del Circo. Es muy atractivo empaparse de esa mezcla de seres grandes y pequeños, deformes y hermosos, que viven unidos a un mundo animal, que llena al público de satisfacción con sus habilidades, hijas de la paciencia humana. He aquí un manantial donde se descubren impulsos elementales que llevan al Arte hacia lugares ignorados. Merece la pena seguir la huella que deja en los espíritus selectos esta parte viviente que va de feria en feria. El artista moderno, ávido descubridor de nuevos derroteros, sigue muy de cerca esta señal.

          La contemplación de los trabajos de esta muestra lleva el pensamiento a la seca explanada que un día se cubre de brillantes carruajes, llenos de posibilidades estéticas, donde vienen los hombres de la aventura venciendo sus dificultades con el rudo trabajo, aligerado por la esperanza. Rápidamente irán levantando una gran tienda de campaña en medio de una contradanza de cuerdas y bombillas encendidas. Gritos humanos y rugidos de fieras se abrazarán en el aire, bosque de sonidos donde el músico podría cortar las mejores ramas. La sensibilidad ronda como un centinela y se introduce por todas las aberturas.

          Ahí dentro está el hombre de la cara pintada, cubre su cabeza un cucurucho blanco con estrellas negras. A su lado el “tonto” discute con él. Los dos cuentan cosas para hacer reír … y reflexionar. En la bóveda alguien ejecuta un habilísimo salto mortal de un trapecio a otro, hallando rápidamente un geométrico equilibrio entre cubos, esferas y círculos, esbozando, sin saberlo, una teoría científica del Arte. Aparece el prestidigitador, llevando de sorpresa en sorpresa al público con la ejecución maravillosa de sus juegos de manos, aparentemente absurdos, que encierran casi siempre una explicación infantil. Las sombras chinescas escapan e imprimen su gran tamaño sobre las lonas. Las marionetas traen al corazón un mundo de muñecos ya olvidado. La concertina llena el ambiente de nostalgia de tiempos que ya fueron.

          Hay que sacudir la cabeza para deshacerse de la hipnosis producida por el embrujo de estos trabajos de Goya, Toulouse-Lautrec, Degas, Picasso, Rouault y alguno más, que indican magistralmente, en esta breve exhibición, el nudo que ata dos partes de un cosmos diverso.

          Georges Rouault, el robusto pintor medieval encajado en el siglo XX, parece abrir violentamente la puerta para deslumbrarnos de pronto con la “Familia del Payaso”, fulgurante estallido de estrellas que dejan un rastro del eco sonoro de la concertina.

          Ahí está un dibujo de toros de Picasso, una estridencia más del gran histrión del Arte. Sus saltimbanquis hubieran estado más en armonía, pero es nuestro ibérico pintor un artista que gusta del chasco. En este dibujo coloreado parece rendir, con la máxima reverencia, honras fúnebres al Arte clásico, apuntando con su duro índice a una meta contraria y vibrátil. Deshuesa al toro y le da una nueva flexibilidad. Es una pirueta más cuyas consecuencias no hay quien pueda predecir.

          Una “Equilibrista” de Degas nos impone esa visión tan conocida de la altura, tan de circo y tan de aristocrático palco, punto de vista que da a las figuras la gracia y desequilibrio de las olas del mar, un balanceo asimétrico que acaba en una seductora estabilidad, aparentemente inverosímil.

          Toulouse-Lautrec, el maestro de la silueta, fingió en estos dibujos una dislocación que forcejea por lanzar el color fuera de su límite. Estas alteraciones le vinieron de la rápida visión de los caballos “pur sang” en plena carrera. Y el atractivo de sus carteles, que aquí se exponen, arranca de ese bullicioso entrar y salir de la gente en el circo, como abejas en un panal.

          En la “Reina del Circo” una amazona obliga al caballo a pasar por una cuerda floja. En este grabado afila Goya la cuchilla del peligro con tal furia que el alma queda suspensa. Por la negrura del fondo cabalga la muerte.

          Las caricaturas de Daumier hinchan de una alegría explosiva la atmósfera del circo. Sus audacias son temerarias andanadas contra la amargura.

          Y para concluir, se puede asegurar que desde el acerado Velázquez, hasta el tierno Marc Chagall, todos los grandes artistas podrían figurar aquí.

LUIS CARRERA MOLINA

 

Artículo publicado el domingo 18 de agosto de 1957 en el Diario “El Norte de Castilla” de Valladolid (España).