La exposición ‘Arte y Trabajo’ de Ginebra

OCHOCIENTOS CUADROS RESUMEN LA PINTURA UNIVERSAL

‘Aún dicen que el pescado es caro’, 1894, Joaquín Sorolla

Museo del Prado

               La organización internacional del trabajo, organismo cuyo fin es elevar el nivel de vida humano a la más alta categoría por medio de becas, asistencia técnica, etc. ha llevado a cabo en Ginebra una exposición internacional bajo el título “Arte y Trabajo”. Figura en esta importante muestra una interesantísima y variada colección de pinturas de casi todos los países del mundo, entre ellos España. Son ochocientas obras, modernas y antiguas, pertenecientes a las firmas de Géricault, Watteau, Durero, Weiditz, Goya, Matisse, Dufy, Suzanne Valadon, Jacques Villon, Vázquez Díaz, Zubiaurre, etc. Es imposible incluir tanto nombre y tanta obra en el corto espacio de unos renglones. Indiquemos algunas, como pequeña muestra de un esfuerzo gigantesco en beneficio de la cultura universal.

       No es necesario señalar el interés que ofrece el cuadro de Goya “El fabricante de pólvora”. Sólo puede añadirse que esos desarrapados hombres, más que fabricar pólvora, parecen machacar sesos de murciélagos para ungüentos de brujas, contándose entretanto, miedosos cuentos que les hacen palidecer y soltar el palo machacador e irse, con cualquier pretexto, por el lado más luminoso del cuadro.

       Sorolla, nuestro brillante pintor, aparece aquí con “Y aún dicen que el pescado es caro”, que, aunque no represente la más alta muestra del artista valenciano, sí cabe muy en su punto por el tema dramático de un pescador tendido que acaba de perder la vida, una vida que intentan salvarle sus viejos compañeros. Le están aplicando los trapos húmedos de una forma que revela ya la huida de su última esperanza. El gran bocetista, cegador en la mayoría de sus asuntos, esconde éste casi en la penumbra, sin poder llegar a más profunda sombra que reflejara mayor patetismo. Hay un equilibrio al que el pintor no estaba acostumbrado, pues su terreno fue la desaforada luz.

       “El marino Shanti”, de Zubiaurre, nos lleva a un soñado lugar donde la esperanza es la espuma de la vida. El sol desliza sobre las frentes un resplandor verde y los ojos se llenan de ese color de regocijo. Un silencio envuelve el paisaje lleno de encanto. Se vive en estado de flor. El movimiento de las gentes no existe, están allí de forma que parecen haber nacido en aquel sitio, y no necesitan andar, comer o hablar. Solo viven de sentir y en ello alcanzan la mayor hondura. Las aguas, con las hinchadas velas de sus barcas, semejan extensa pradera salpicada de pétalos. En un rincón, al pie de una iglesia, hay romería; una fiesta como un rosal. Sobre este fondo Shanti, el marino de roja tez, refleja en su ojos verdes una nostalgia que se pierde entre sueños. La mirada de los marinos se llena de infinitudes por su constante ver la mar durante interminables días. La mirada de Shanti está ya hecha a bailar en el límite del cielo y los océanos. Sus gruesas manos hablan de rudo quehacer; son ellas como anclas, pulpos y también estrellas.

       El otro lado del planeta está aquí delante con el cuadro del pintor James Wigley. La lejana Australia está presente con “Obreros en una fábrica”. Pudiera ser una estampa más de un país cualquiera, pues en todo el mundo hay ambientes parecidos y escenas como esta del obrero viejo aconsejando al joven pensativo que escucha ajenas ideas que resuelvan sus asuntos. Pero se nota aquí aquélla soledad del continente que vive apartado, como hijo desprendido de la madre Asia, buscando, tal vez, una mejor protección. Entre unos árboles recortados sobre el cielo, se mueven unos hombres con pértigas: dan la sensación de prepararse a saltar sobre un abismo. Australia, con sus deseos, se refleja en esta obra con vigor de planta joven.

       Portugal está representado por Silva Porto en su cuadro “Haces de trigo”. Una pareja de bueyes de larga cuerna pone una nota enérgica en un blando paisaje. Un labrador está terminando de cargar el carro. Se respira la paz idílica del país. He aquí el trigo, el más alto símbolo del trabajo del hombre en la tierra. Y de ahí el pan, signo divino.

       Un “Afilador” del romántico pintor de Francia Decamps (1803-1860), nos coloca ante un oficio de pequeña aventura. En la última hora de la tarde, este nómada da lecciones de tenacidad incansable a esas gentes sentadas en el suelo, ocupadas ahora en comentar los sucesos del día. Rembrandt bate sus alas sobre esta atrayente pintura.

       La argentina Eloísa G. Moras, imprime en “Las lavanderas” la más delicada poesía del trabajo. Pinta esta mujer con la simplicidad de un Fray Angélico. Las manos de estos seres se alzan para pedirle a Dios amparo con gesto de sencillez franciscana. Parecen caminar por campos llenos de piedrecillas redondas, que recuerdan las estampas japonesas. Trenzas hablan de inocencia y paños entre manos levantan cantares. Ríos que se elevan al cielo para llenarlo de nubes, dejan caer desde ellas una lluvia de promesas para esas virginales criaturas, cuyas faldas, como abanicos inversos, se estremecen al menor roce. Parecen decirnos: “He aquí nuestra labor”. Y sonríen.

       También de la Argentina nos viene Víctor L. Rebuffo con “Recogiendo menta”. Aquí va una mujer con su cesto al hombro. Camina con su mano derecha estirada como una pala, tal vez para quitarse el dolor de unos dedos encogidos demasiado tiempo. Parece mirar, curiosa, el vuelo de las aves. Sube una loma y deja allá abajo unas gentes abrazadas aún a la tierra madre. Un resplandor del cielo deja todo el paisaje inmerso en una melancólica media luz. Es este un trágico mundo de mallea obligado a perecer. Unos oscuros montes semejan una serpiente que va cerrando amenazadora sus poderosos anillos para estrangular toda vida. El sudor de estas frentes deshará el trágico cerco y el trabajo vencerá al fin.

       “Arte y trabajo” es un buen título para ilustrar a los que creen que hacer arte es solo poner el pincel sobre una superficie y restregar. El arte, llámese pintura, escultura o lo que se quiera, necesita de un largo proceso cuya cima es solamente accesible con los garfios del trabajo. Es camino para la tenacidad. Arte y trabajo son hermanos, mejor aún: hijo y padre.

LUIS CARRERA MOLINA

Artículo publicado el domingo 12 de enero de 1958 en el Diario “El Norte de Castilla”, de Valladolid (España).