BERNARD BUFFET

Un pintor de la muerte y la tristeza

      

“Pescadería” (fragmento), Bernard Buffet, 1951

        París guarda en sus entrañas toda la grandeza y miseria de un odre de vino añejo, que alegra la vida y da tristeza después. Ciudad de opulencia, de infortunio, de sueños, de histerismos, donde triunfan o se hunden las ilusiones de tantos y tantos que allí van, puesto su pensamiento en una gloria que los menos alcanzarán.

         París, hermosa luminaria cegadora, acoge a todos y los embruja; levanta a sus hechiceros o los pisotea. La embriaguez de esta ciudad fascina a todo soñador a gran distancia. Y ¡ay de aquel que al ir allí no sepa lo que quiere! Caerá en la llama y quemará sus alas quien no sepa volar.

         Los que nacen en París son los primeros hechizados de su encanto. Bernard Buffet es uno de ellos. Nace por el año de 1928 en el fondo de un patio de esos “donde nunca sucede nada”, según su misma expresión. Es fácil suponer qué habría en ese patio: poca luz, sobre todo poca luz. Las nubes contribuirían posiblemente en gran parte a esa penumbra triste. Mentalmente podemos recorrer uno de esos patios, siendo fácil hallar papeles sucios caídos de una ventana cualquiera; cajas de cartón, botes oxidados, espinas de pescados con ese olor inconfundible. Y como remate un alambre con ropa colgada que espera tomar un poco de sol para eliminar su miseria. Algún que otro gato también, que pudo caer de un tejado de esos de París, tan cantados por el romanticismo francés.

         No vale Buffet para estudiar, cosa corriente en un pintor. Se entretenía en dibujar insectos para su profesor de Historia Natural. Poco a poco va naciendo de aquellos dibujos un arte de minucia que luego plasmará en grandes tamaños. Entre estas dimensiones rebotará Buffet como pelota entre paredes.

         A esos seres que ha de pintar les arrancará la carne; serán espinas. Les dará transparencia y fragilidad de alas de mosca; solo se verán los nervios. Y convertirá en insecto grande a la misma figura humana. Será un pintor de la tristeza, un pintor de la muerte. No será un Valdés Leal ni un Grünewald, sino un gran artista que, viviendo la guerra en su niñez, la ve como una cosa natural, pensando que la paz no interesa a su arte más que en su aburrida tristeza.

        Trabajó en la Escuela de Bellas Artes de París muy poco tiempo, año y medio nada más. Aprende lo que le ha de dar mayor interés a su obra: la composición, su magnífica manera de colocar.

         Tiene ya todo lo que necesita. Empieza el artista a levantar su obra esquelética, su aparejo angustioso de hilos, alambres, tejidos y hebras cortantes. Surgen esas calles solitarias llenas de rayas que invaden hasta el cielo. Si pudiéramos andar por ellas quedaríamos prendidos como la incauta mosca que queda enredada en los finísimos hilos del arácnido que espera traidoramente escondido. En una de esas calles podríamos encontrarnos con su “criada” en una tienda que casi es una cárcel. Una mujer que da un chillido agudo, volviéndoseles los pies hacia dentro. Y en una mano un pollo crispado. Una mesa que casi es un pedestal fue lugar de sacrificio. En el suelo un cesto de tablas y arriba una ventana de rejas cuadricula un triste cielo.

         En una pescadería hay una mujer con su mandil y la mano metida en su bolso delantero; mira de manera extraña, con fijeza de perturbada. Vende unos pescados elementales, simples; una línea escueta los limita; peces también transparentes. Están ahí para ser vistos, mas no servirían para ser comidos, nos llenarían de intranquilidad. De un gancho cuelga un pez plano, que más parece animal para volar que para nadar. Una desigual balanza invertida hace pesar más lo ligero que lo pesado. A los lados la crucería metálica de las puertas.

         ¿Qué hay en el alma de este gran artista que en plena juventud vive tan intensamente afligido? En la juventud es fácil olvidar lo que no agrada, si un mal no aqueja la carne. ¿Es un enfermo, un gran enfermo del espíritu Bernard Buffet?

         Pisa a veces en el terreno del Greco. Su hombre sentado nos alucina como esos señores del pintor cretense. Pero hay una diferencia: todo es largo, sí, mas no tiene blanduras de llama, tiene tiesuras de ataúd.

         Una mano de su hombre sentado muestra sus dedos rígidos, la otra es, en su expresiva ferocidad, una horrible tenaza. Una madera de ventana forma una flecha que hiere despiadamente a la figura impasible.

         Buffet se agiganta cuando trata sus temas religiosos. Como un renacentista, olvida las épocas y pinta su “Descendimiento” igual que si hubiera sucedido ahora. Ahí están sus personajes en una llanura engrandecida por esas tes: sus cruces. Si no supiéramos que es un pintor francés el autor de esa obra, diríase que la hizo un ruso. Todo está seco; sus figuras muy vivas; pero al mismo tiempo muertas. Ya no corre sangre. Y no falta la tenaza. Una escalera dobla por encima de la te mayor. Un hombre con guardapolvo, que lleva de la mano un niño, se paró ahí para ver la escena y se ha quedado rígido, petrificado, al ver a Cristo casi tendido. Un ¡ay! desgarrado del alma es toda esta pintura.

         Y esos niños, ¿qué hacen ahí esos niños? Desgarrar más el momento culminante. Un cuadro fielmente copiado del natural, con sus lágrimas y su sangre, no sería tan trágico, tan dolorosamente intenso.

         Estamos ante un desconcertante artista que afirma que un pintor no ha de tener ideas. Sin embargo su pintura es toda idea.

         Tiene Buffet un pie sobre el arte románico y otro sobre el egipcio. De los dos estilos tiene su estatismo, frontalidad, perfil y melancolía. Hubiera sido en esas dos épocas un gran artista.

         Después de meditar un poco sobre las obras de este pintor, creo que no está tan llena de sonrisas, como es fama, la ciudad de París.

LUIS CARRERA MOLINA

 

Artículo publicado el domingo 19 de agosto de 1956 en el Diario “El Norte de Castilla”, de Valladolid (España).