CÉZANNE
‘El jarrón azul’ (1890), Paul Cézanne
Museo de Orsay, París
‘Hagamos del impresionismo algo tan sólido y duradero como el arte de los museos’, decía Cézanne. Este pintor francés buscó conscientemente la frescura y la cercanía de las sensaciones expresadas en el cuadro mediante la construcción y el color. Esas formas no eran cerradas ni estaban definidas por el claroscuro y el modelado. Cézanne las liberaba poniendo de manifiesto su estructura interna y consistencia, dando una especie de cuerpo al aire, a la niebla, a la atmósfera, a las cosas más fugaces e impalpables. Buscaba la tercera dimensión escalonando planos al margen de las reglas de la perspectiva.
Pero ¿cómo expresar el mundo que nos rodea, el aire y la atmósfera, sin recurrir al claroscuro de los pintores clásicos ni a la descomposición y a los reflejos de los impresionistas?
Cézanne hizo un descubrimiento que resultó fundamental para toda la pintura posterior: luces y sombras ya no existen como tales, sino que se expresan solo por medio del color. El modelado es sustituido por la tonalidad y el claroscuro por la relación de los colores y sus contrastes; el artista modela a través de los tonos locales y juega con gradaciones y contrastes. De este modo, con su nueva interpretación del dibujo contra la perspectiva y el volumen contra la forma, Cézanne creó una nueva luz pictórica, un nuevo concepto de dibujo y color: ‘La riqueza del color lleva consigo la plenitud de la forma’.
La subdivisión imprecisa del tono prosigue con la yuxtaposición de dos tonos opuestos, complementarios, o con la alternancia de un tono cálido y otro frío. Las pinceladas se convierten así en planos de color, aparentemente ajenos al significado del tema. El cuadro es un mundo concreto y acabado, una realidad autónoma que acaba en sí misma, una arquitectura de formas que no ilustra ni representa la historia de un objeto en particular sino que determina una nueva realidad ligada a la naturaleza.
Cézanne se convirtió de este modo en el maestro de todos los pintores posteriores: ‘Sigo siendo un primitivo en el camino que he descubierto’, decía Cézanne. El artista se ve, al final, como un descubridor. Pero Cézanne vacilaba mucho y estaba muy influido por ciertos literatos, como Zola. Y de este escritor partieron opiniones muy audaces, pareciendo que sabía mucho, y contrariando la pintura de Cézanne. Pero el gran pintor nunca estuvo de acuerdo con las ideas de Zola y mucho menos después de que escribiera ‘La obra’, donde se vio retratado como un artista lleno de dudas, fracasado, torturado por una idea que busca, sin encontrar, una nueva realidad. Naturalmente, surgió la ruptura de su amistad.
Cézanne no buscaba la impresión sino la solución, por el color, del volumen. Sus vacilaciones eran hijas de cierta inseguridad ante la grandeza de lo que presentía, una nueva solución. No buscaba, como los impresionistas, a través de la luz, sino algo más hondo: la solución de un problema desconcertante, incluso para él.
LUIS CARRERA MOLINA
Artículo inédito, terminado el 21 de abril de 1997, en Valladolid (España).