Desde Madrid

FRANCISCO MATEOS

‘Conversaciones’, Francisco Mateos, Afundación

          A las salas de “Círculo 2” nos ha traído Francisco Mateos una obra inocente y sabia a la vez, de factura fresca y áspera, de jugo dulce y salobre como mezcla de filtro de aquelarre. Diríase que quiere barrer las antesalas de surrealismo, arrancándole de su letargo fosilizado, a escobazos de color. Aunque parece que nada quiere saber del arte concreto de las pesadillas -que esto es el surrealismo-, está en la puerta, pues esta pintura de Mateos es también un sueño, pero agitado por un agudo expresionismo al que pudiera llamarse románico, por la cuerda negra de su dibujo, y “fauve” por la carcajada de su color, maridaje éste muy intenso aquí.

         Alegría triste y tristeza alegre, andan también de la mano. Y la fantasía de un fuerte aldabonazo contra nuestros ojos, desde esos enmascarados enanos de carnavalesca vida exterior y diabólica vida interior.

         El arte de Mateos hay que verlo con mirada de punzón, con visión afilada. Se mueven sus personajes en una pantalla que hay que ver desde otra silla, pues aunque aquí el románico y el expresionismo se vuelven a morder la cola, hacen presa en ella de otra manera. El cuchillo de la crítica tendrá que abrir con gran cuidado esta carne viva, de huidiza resonancia musical casi monocorde, estos retorcidos conciliábulos de tontos y listos, hundidos a veces en una locura risible. Si se pierde el equilibrado juicio de pies de plomo, existe el peligro de caer en la afirmación de que estas obras son un retroceso de mentalidad creadora, una fatiga, un regusto de recuerdos.

         El color, calidad de trapo, de retazos de tela para muñecos, levanta un vuelo de andrajos de rojo, desmesurado, sobre un vendaval de verdes y amarillos enteros que arrancan embrujadas luces, alumbradoras de espeluznantes bichejos que pululan entre unos llameantes jorobados, vestidos de un mal cortado percal hecho deprisa, como con tijera sin afilar.

         Mateos conoce bien el peso de los colores y es audaz su empleo del rojo, aplastante carga de predilección sobre la levedad de los amarillos y verdes, colores estos que no quedan anulados, a pesar de este desequilibrio. Ese es su mayor encanto y da gusto ver con qué agilidad salta sobre una de las mayores dificultades del color, que es el excesivo empleo de los bermellones, dominantes en toda su obra. Hay que añadir la gran variedad temática que contrasta con la insistente gama de su paleta.

         Me sorprende un murmullo de voces venidas de las oscuras tintas del fondo de estas pinturas. Siento las uñas de unos dedos que no veo, en las fibras más hondas de mi ser. Y oigo … “Tú, que nos miras, sabrás que somos la superstición de la belleza cabalgando por las tierras de la ignorancia de ayer. Tenemos edad de siglos y ardimos en ellos. Huimos del tiempo muerto, de aquella semilla oscura, para volver a nacer como amapolas, en estos campos de esmeralda”. El rumor de estas palabras se me va suavemente, como un fantasma que me rondó invisible. Al salir de estas salas me quedó dentro un fuerte latido, una quemadura de tizón.

LUIS CARRERA MOLINA

Artículo publicado el jueves 1 de diciembre de 1966 en el “Diario Regional”, de Valladolid (España).