OSWALDO GUAYASAMIN

El ave blanca que vuela

Oswaldo Guayasamín, “Ataúd blanco”.

          Guayasamin quiere decir en quechua “ave blanca que vuela”. Este pintor con nombre de paloma, vio la luz primera en Quito, la capital del Ecuador sitiada por los volcanes.

          Parece que en la brava América todo debiera ser duro y áspero, como los picos inaccesibles de los Andes, donde sólo llega el cóndor. Pero no es así; algo dulce emana de la tierra, de su raíz. Y es este artista, con su “sintonía de América”, quien enseña esa otra cara. Es el indio que se pega al suelo con la ternura del abrazo de un hijo a la madre. Conduce su pintura por el “Camino del llanto”. Entre llantos canta; entre suspiros llora. En sus motivos apaga las sequías con las lágrimas de sus gentes. Tienen ellas la extraña mirada de los ojos sin pestañas. De llorar las perdieron, y quedaron con esa rara expresión que al primer instante nos repelen. Mas su dulzura acaba por atraernos, por la sumisa resignación que de ellos se desprende.

          Son aplastadas sus figuras, semejantes a esas plantas tropicales que son sólo hoja. Y es su pintura hoja cuyos bordes cortan sin sentir.

          Sus almas están llenas de luz interior traída de otra parte, resplandor de nostalgias africanas.

Hay hombres destrozados con la cabeza vendada. Otros se abrazan detrás de las rejas de una cárcel. Domina un hondo sentir de libertad perdida en estas pinturas. Una “Resurrección” tiene aspecto de muerte. Una niña llora desconsolada. ¿Por qué tan hondo sentir ha de acabar entre sollozos? ¿Por qué esa figura de rodillas ha de pedir agua al cielo en actitud tan desesperada que marca sus costillas hasta parecer cuchillos y convierte los dedos de sus crispadas manos en espantosas garras? Quien en su vida haya padecido desesperada sed ha de estremecerle este hombre sediento pintado por un artista de nombre musical.

          Las figuras de Guayasamin no luchan, lloran sin consuelo o se colocan ahí delante quietas, a la manera del pobre que nos dice que tiene hambre.

          Los gallos se pelean. Sus animales no se abandonan. Ahí están, contrastando con la indolencia humana.

          Honda sorpresa causan sus tres mujeres con su ataúd de niño a los pies. ¿Quién de las tres es la madre? Una de ellas parece sentir el frio de la muerte en sus ateridos brazos. Otra tiene en su rostro pintada la resignación. La del centro ¡llora! El ataúd, sin peso, no ha de necesitar alas para subir al cielo, el aire se lo llevará. No se puede evitar que el pensamiento se nos vaya a la escena del Gólgota.

          He ahí su pareja negra. Ella arrepentida, él resignado. Dispuestos están a recibir un castigo. De fondo les sirve un árbol. Estamos ante un nuevo concepto de Adán y Eva. Pero el artista trata de apartar de nuestro pensamiento tal idea, poniéndole un título de confusión: “Los amantes”. Hay muchas cosas en este pintor que nos hacen vacilar.

          Guayasamin es un pintor de origen indio, que edifica sus motivos sobre la amargura de aquellos antepasados negros traídos, contra su voluntad, de otras tierras.

          “Coloradas” son dos indias que se recogen las trenzas; dos mujeres soñadoras de mirada perdida. Sus cuerpos tienen calor inaguantable. Están rojas, como los hierros que esperan a ser doblados.

          El variadísimo Guayasamin canta sus tierras con la ternura de un pájaro ciego, es un improvisador de cantatas a la diversa América.

          Como los griegos crearon sus dioses del Olimpo, Guayasamin está engendrando los del bosque tupido, donde en pleno día no llega al suelo la luz del sol. Pero estos dioses no hacen proezas, no trabajan; su única actividad es la de una inacabable tributación. Son aves de alas cortadas.

          ¿Dónde hallar una risa ardiente? Estas gentes destruyen únicamente la serenidad de sus nostalgias con otras convulsiones venidas de esa mezcla de la desolada tristeza india con el llanto negro. Son almas enfermas del mal de amor, que no aspiran a mayor fortuna. Sus gemidos rizan las ondas del aire.

LUIS CARRERA MOLINA

Artículo publicado el domingo 2 de septiembre de 1956 en el Diario “El Norte de Castilla” de Valladolid (España).