En la sala Neblí de Madrid

PANCHO COSSÍO

“Dos mesas”, Pancho Cossío, Museo Reina Sofía

          Aunque sea una paradoja he de decir que la pintura de Cossío tiene firmeza ligera y profunda. Es la primera impresión que producen sus obras en la Sala Neblí. Es cosa flexible, de figura japonesa, mas bien china; pero dentro siempre de los colores broncos de la paleta sorda. Desconcierta el aire sutil de esta pintura: negro y blanco sobre fondo gris y, de vez en cuando, un tropiezo con la tierra de Sevilla o la siena tostada. Casi nunca un color vivo. Eso es Pancho Cossío, nada más y nada menos. Los blancos sólo resbalan, se arrastran y rozan el lienzo, dejando al paso un rocío casi imperceptible. Estas gotas de rocío salpican toda la obra del pintor montañés, salpican hasta esas profundidades abstractas que saben a mar. Son un triunfo del blanco, estas obras, una victoria sobre el color. Cabe decir que estamos ante una pintura sin pintura.

          El dibujo es frágil, muy frágil. Se siente la impresión de que nuestro aliento lo va a evaporar. Igual le sucede al color. Se curvan las líneas con gracia de juncos movidos por el aire. Son cañas de bambú. El dibujo es un silbido penetrante, y podría decirse que escribe sus cuadros.

          Hay silencio y soledad entre los naipes. Y se caería un plato, sin oírlo nadie, aunque se rompiera. Alguien colocó esas tazas, pero nadie las retirará. No existen manos suaves, dedos sensibles, para tocar esas porcelanas que están al borde de la mesa. Un tropiezo leve las desharía. Es pintura muda.

          Y de pronto me doy cuenta de unas abstracciones que me persiguen por toda la Sala como si fueran fuegos fatuos. Pienso que esta sensación sea lo mejor de la obra de Pancho. Cada abstracción es un hondo latido. Pudiera ser un derrumbamiento; pero Cossío lo salva con la simplicidad extrema de sus cuatro colores fundamentales, menos aún, si eliminamos el blanco y el negro. Sin querer se piensa en la eterna cuestión de qué es verdaderamente pintura. Pintura, me digo, es Velázquez, Goya o Picasso. Pintura es pensamiento, dijo Leonardo. Pensamiento y sensación de ser flor de un día, es la obra de este pintor cántabro. Y también fría y ardiente, alba y oscura.

          ¿Qué lleva en sí este maravilloso pintor de bodegones? Lleva muchas horas de trabajo, vigilado por una retina de búho, de halcón. En el fondo de esta mirada se fragua una pintura que nos hace sentir a Goya muy de cerca. Las manos de Pancho obedecen y sujetan el recuerdo del diablo de Fuendetodos, que le ha traspasado los grises, que se los ha empapado de genialidad. Pero con tal hechizo se hace Cossío, en más de una ocasión, servil al pintor aragonés. Tal vez se deje llevar con gusto, prendido en las redes de aquel titán, pero su rebeldía le hace tender sus propias alas.

          Pancho, con su nombre de pez, se halla perdido entre orientalismos. Tiene un curioso parentesco con las pinturas chinas. Y así, anda sobre un realismo soñado, digamos de suspiro de color, sobre claridades de luna en la cresta del arte, pero con un equilibrio que baila entre horizontes inciertos. Su seguridad de mano le hace desear la duda, el acaso, para dar mayor belleza a la mentira de unas luces blancas, que parecen vistas desde el interior de un topacio.

          Una fotografía no da exacta idea sobre cuanto aquí digo. Es mejor que el lector imagine, pues no es posible que alguien se dé perfecta cuenta de lo que es verdaderamente un pintor, si no está delante de los originales. Imaginando sobre lo que se lee, se acerca uno más. De esta manera nos podemos dar, en lo que cabe, una idea más concreta de la lucha que un pintor mantiene en sí. Espejo de ella es, en este pintor de la espuma, esa travesura con líneas de enrejado complicadísimo que provocan un giro vertiginoso de formas abstractas. Los círculos, en forma de platos o de mesas redondas, dan así vueltas entre remolinos de pintura de color muy bajo, que del gris pasan insensiblemente a las gasas del blanco por un tamiz de verdes pobres.

          Pancho resuelve problemas de fondos, de manera magistral. La importancia del fondo en sus cuadros, de gran interés, Cossío les saca un partido casi inconcebible. Esta lucha por conseguirlos es su tortura y su placer, el dolor y el encanto de sus horas de trabajo tenaz. Y en los espacios vacíos las formas desbordan, que así es la fuerza y el desmayo del Goya de la niebla, del brujo de la ausencia viva del color.

LUIS CARRERA MOLINA

Artículo publicado el jueves 20 de octubre de 1966 en el “Diario Regional”, de Valladolid (España).