INFLUENCIA DEL ARTE ROMÁNICO

EN LA PINTURA ACTUAL

‘Cristo en la cruz’, Georges Rouault

          Cuando los cristianos alzaban sus rezos a Dios desde las silenciosas catacumbas de Roma, decoraron las terrosas paredes de sus tumbas con pinturas al fresco, de tema bíblico e influjo oriental y de signo simbólico y aire pastoril que, debido a las persecuciones, disfrazaban con motivos paganos, cubriendo así una síntesis idealizada de misterioso significado para los idólatras romanos. Este simbolismo trascendió a la esfera del arte, aunque sin independizarse de su hieratismo bizantino. De allí pasó a las bellísimas letras mayúsculas de los manuscritos y a las paredes de las iglesias medievales. Y he aquí cómo aquellas pinturas de las galerías subterráneas de la Ciudad Eterna fueron a parar, con más vuelo, pero con el mismo aire de mano torpe, a los campos de la sensibilidad moderna, que no puede olvidar aquel arte de espiritualidad angélica. Nos encontramos ahora frecuentemente con aquella raya seguida, del mismo grueso, que enmarca con negro toda la figura y cerca el color en intento de niño, que suele hacer de cada pintura soporte de sus sueños.

         Los colores, en aquellas iglesias tan pequeñas, daban luz de gema a los altares, luz de inocencia. Y es de ver la gracia de aquellas pinturas, que contrastaban la lucha temática de las figuras demoníacas y animalescas, contra unos santos venidos de Oriente, del Norte de Europa y de la misma celda de los monjes. Y es de ver también cómo el arte de hoy siente la misma inquietud.

         Ahora el románico se mueve dentro de todo el arte contemporáneo como si fuera su propia sangre, y vemos fácilmente el influjo que todo aquello ha producido en nuestros días. Sabemos que vinieron mucho después aquellas magníficas concepciones de los Países Bajos, de Italia y Alemania, que llegaron a tal perfección que no parece tontería afirmar que lo hicieron demasiado bien. Pero aquello derivó al sensual rococó de Francia, a pesar de la gran lección de austeridad española, que no pudo frenar tanta superficialidad, y así fue todo a dar al callejón de mediados del siglo XIX. Poniendo aparte a Goya, que dibujaba mal, según ellos, todo aquello fue a perderse, en su mayor parte, en una pintura sin valor, aunque de mucho oficio. Se tuvo que volver atrás, reavivar otros conceptos casi olvidados desde hacía siglos y considerados aún como mediocres, conceptos hondos de gentes que no sabían pintar.

         Y tropezamos con una consecuencia directa en el arte de Gauguin que, en busca de una mayor intensidad de color, recortado por incisiva línea, nos entrega una pintura nueva de figuras exóticas, llenas de una pureza que se hermana con aquella cierta puerilidad del arte de la Edad Media y que dejó en la obra del aventurero de Tahití una equivalencia casi total. Y así nos trajo Gauguin mucho de aquel misticismo en esas figuras tranquilas que juntan sus manos piadosas casi con la misma mansedumbre que los ángeles medievales ofrecían de rodillas sus oraciones a Dios. Figuras, estas de Gauguin, llenas de paz y, también, como aquéllas, empapadas de esa melancolía que tienen las flores.

         Caminemos ahora por los senderos de la inquietud, hacia Rouault, ese pintor que hizo, como los monjes, del arte una joya. A Rouault le toca el románico muy de cerca; sus líneas son cuerdas musicales del medievo que se enredan a veces en expresionismo trágico, pero nunca exentas de aquella profunda sugerencia.

         Es la pintura de Marc Chagall una de las que recibió mayor influencia de aquel mundo monástico que se mezcló a esta visión del pintor-poeta de las figuras que vuelan. Es pintura que se nos funde en lo mejor de nuestros pensamientos, con sus temas de amor profano. La violencia del dibujo románico, tan cortante arada de campos sonoros, extrema su dureza de cilicio sobre Chagall y en él se vuelve espiga, dorado pan que dulcifica el arte de los monjes, a pesar del a veces turbador surrealismo del artista ruso.

         Y pasando a nuestra tierra de España, uno que vivió hasta hace poco, nos dejó una obra transida de soledades ascéticas. Se llamó Rafael Zabaleta. Conocemos la humildad de este pintor de Quesada que hizo con el dibujo del siglo XII un maravilloso enrejado de celosía en nuestro siglo.

         Dejando aparte otras ilustres cabezas que la brevedad de este artículo me impide mencionar, he de resumir en unas líneas finales que si calamos un poco en el arte contemporáneo, nos encontramos con la corriente subterránea de aquel mundo de intenso expresionismo que se adelantó siglos para hacerse la médula de los movimientos de esta hora. No se va a sostener que solo el románico alienta la producción actual por completo; pero es la veta más importante, el cimiento más fuerte. Hoy se ajusta la pintura a la norma medieval en un importantísimo sector, aunque parezca que nunca fue el arte más independiente. Se juega con los espacios de igual manera que entonces, en cuanto a composición de figura. Solo el paisaje marca el distintivo contemporáneo. El románico fue y es un arte universal. El arte contemporáneo vive del románico; es éste su corazón.

LUIS CARRERA MOLINA

Artículo publicado el jueves 10 de noviembre de 1966 en el “Diario Regional”, de Valladolid (España).