La evolución de la pintura

EL ARTE ABSTRACTO DE NUESTROS DÍAS

“Violín y jarra”, Georges Braque, Kuntsmuseum, Basilea

       Si al cubismo se le mira como “broma pesada”, no se le encuentra sentido alguno. A partir de este punto cabe analizar aquí qué cosa es arte que no parezca locura. Vivimos tiempos de tolerancia antes no conocida en este terreno, y por ello quizá hemos llegado a esta rara situación de gran dificultad en el deslinde de conceptos.

       Con el debido respeto, al arte clásico se le pueden abrir las entrañas para sacarle lo que tenga de más vital. De esta autopsia se recogen inesperadas y a la vez lógicas experiencias. No voy a defender aquí abstracciones por el sistema snobista de contrariar a toda escuela que no se avenga con mis ideas, sino escudriñar un poco y, en la medida que me sea posible, tratar de iluminar algún oscuro sendero que me lleve sin gran dificultad hacia el nacimiento de ciertas tendencias tan combatidas por incomprensión (tal vez porque en arte no quepan raciocinios comunes), tendencias que intento defender en cierto modo.

       Cuando la pintura avanza desde sus primitivos estados, en marcha ascendente y cada vez más lenta a medida que va desprendiéndose de sus imperfecciones, se llega, al fin, a un punto de equilibrio entre lo imitado y la abstracción, que en España podríamos llamar Velázquez. Y camina la sabiduría envuelta en intuiciones, que son el motor de avance del conocimiento. Camina, digo, sobre una plataforma sostenida con mano fuerte por aquellos elegidos que colocan el arte sobre el altiplano donde solo las potentes voces resuenan. Pero en los que siguen sobreviene la fatiga y por su natural impulso de expresar algo mejor, dejan paso a los excesos de ornato, cargando detalles donde no son necesarios. Estos excesos van comiéndose, como un ácido, lo mejor: la difícil simplicidad. Y al querer evitar lo exento, que es la mayor gloria de Velázquez, acaban por caer en mal entendidos barroquismos. Y donde solo hubo una mesa para apoyar levemente la mano, se colocaron leones, balaustradas, etc., adornos, repito, que eliminaban la sencillez. La pintura se ablanda poco a poco y languidece. El lento deshacimiento se va quedando sin fuerza para sostener la nave, carcomida ya su quilla por el fondo de las indecisiones. Tras dura sacudida se levanta otra vez ese gigante que agoniza, y revive como en cuerpo nuevo reanudando su gloriosa marcha. Pero de otra manera. Esta vez el arte cambia de capa y deja poco a poco la Corte. Goya recoge con garbo genial lo que era ya casi nada y le inyecta con energía una forma-resumen de lo que el arte ha de ser después en una importantísima parte de este nuestro siglo: el expresionismo en sus variadas facetas. El gran baturro plasma a grandes brochazos las más extremas. Por el lado derecho la elegancia, que pasó de lo cursi a lo noble, y por el izquierdo, la miseria levanta el saco de igualdades para allanar toscamente las diferencias y así demostrar que en arte todo tiene el mismo interés. Vuelve otra vez el desmayo, mas con la levadura del pan goyesco, que volvió a estremecer el amodorrado cuerpo para levantarse con desusada vitalidad en la alegría impresionista. Pero esta ya nació con violenta reacción en sí (Cézanne). Y henos aquí por unas y otras causas desembocando en gran delta de este que para tantos es un virus y para otros libertad absoluta de que el artista dispone al fin como el logro de una penosa conquista que en su derecho ha debido siempre gozar. Añado que no cabe duda de la existencia de abusos en éstos como en todos los demás escenarios; pero eso no turba demasiado la marcha general del soberano desfile, pues son rebeldes hijos que le salieron al clasicismo. Tal vez le den muy pronto a este una cara más poética, aunque no precisamente romántica en su más estricto sentido. A tales rebeldías responderá el arte clásico con otro sabor.

       Las abstracciones son la consecuencia última, sin olvidar que ellas no se originan precisamente ahora, aunque en la actualidad se intenten otros enfoques. Abstracciones las vemos ya muy claras en el geométrico Paolo Uccello, Leonardo da Vinci y en las armónicas descomposiciones de los rectángulos de la época pitagórica. He aquí unas enseñanzas clásicas de cómo la pintura puede moverse entre dos dimensiones (de esto ya supieron también los artistas rupestres). El secreto del arte abstracto contemporáneo no es cosa de turbadas mentes, sino cierta cultivada idea que mueve el alma de otra manera y empuja la mano a tejer fuera de toda dimensión, lo que está latente en el recto juicio desde que Dios insufló en el cuerpo del hombre su divino soplo.

       ¿Y qué decir de la pintura metafísica? También tenemos antepasados de muy respetable consideración en Piero della Francesca y Fra Angélico. En este llega el color a una abstracción que se eleva ya por encima de lo terreno.

       También las que parecen turbaciones del surrealismo nos llenarán de sorpresa si volvemos la mirada hacia el Renacimiento. Nos quedaremos pasmados ante los hallazgos con que hemos de tropezar. Y también en Goya.

       Las artes contemporáneas tienen tan hondas raíces que no pueden perderse en la nada, a pesar de ciertas apariencias entrelazadas con hallazgos de olvidados giros que alcanzan a Zeuxis y Apeles. Y aún más allá. Creo que estas estructuras las ha llevado el artista eternamente entre sí, las siente y amasa sin comprender qué cosa tiene entre los dedos del alma. Es ese “me lo dictan” que ya hizo temblar a Goya. El mandato de esta voz interior se escucha y obedece ahora más que nunca.

       Se me viene al pensamiento aquel cambio radical de los tiempos del faraón Amenofis IV contra el razonado arte de inalterables simbolismos perdidos en una verdadera selva de dioses animalizados. El arte se hizo más humano y, por tanto, más poético, sin olvidar lo mejor del pasado. ¿Por qué no ahora una edad semejante en el mismo impulso, aunque se tengan en cuenta distancias de tiempo y diferencias de juicio, que no son esenciales? Se me ocurre que también pudiera ser esto (los siglos venideros lo dirán), un clasicismo de buena cepa, hijo de lo que antes no llegó a comprenderse en los grandes maestros. No cabe pensar, por esto, en jacobinismos perdidos entre deshumanizadas ideas. Es un deber siquiera meditar un poco sobre las causas de lo que parece temible fiebre en el cuerpo del arte actual. Hay que tratar, en la medida de justas posibilidades, de levantar la piel para ver lo que hay debajo, y más dentro, si a ello empuja la inquietud. Hay que acercarse y alejarse de alguna manera sobre el pasado, para mirar desde diversos puntos, igual que cuando se pinta, y tomar el pulso a las edades del arte, que ya fueron. Si dar en lo justo es difícil, al menos ha de seguirse como ideal, aunque nunca se alcance. Aún existen desconocidas tierras que comienzan en la misma punta de nuestros pies. En el firmamento de la pintura tampoco se han descubierto todas las estrellas. Y creo que no cabría, en los verdaderos artistas, pensar que por aquella milenaria sentencia que un egipcio grabó en una pared: “Todo el arte consiste en una combinación de conos, cuadrados y cubos”, se haya llegado a la desolada conclusión de reconocer que todo es, hace ya tiempo, viejo bajo el sol.

LUIS CARRERA MOLINA

Artículo publicado el domingo 9 de junio de 1959 en el Diario “El Norte de Castilla”, de Valladolid (España).