La evolución en el arte

JORDI MERCADÉ

‘Barca en la playa’, Jordi Mercadé

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          Hay evoluciones tan inesperadas en algunos artistas que no se sabe a qué atribuirlas. Son como los sucesos sin importancia aparente, en este discurrir de la vida, que tuercen el rumbo sin saber por qué. Puede ser un cuadro, una frase oída al pasar, un sueño, un viaje. O la fuerza del espíritu, ya en sazón, que empieza a dar sus frutos. Suele también darse un inexplicable vaivén de altura que roza lo bajo, semejante al de la barca de feria. Cuando la inquietud atenaza el alma, se va inevitablemente de una vivencia a otra, tal un músico que se transforma en pintor o un pintor que se pasa a la escultura. Y dentro de la pintura, del abstractismo al neorrealismo, como en el caso de Jorge Mercadé (Jordi), expositor ahora en la “Galería Jardín”, de Barcelona.

          Dejó Mercadé de ser pintor abstracto por no satisfacerle, tal vez, la falta de profundidad de este arte. O un cansancio que le obligara a meterse en terrenos vírgenes que le dieran nuevas torturas (que dolor más que placer es para un artista la creación; el goce es más para quien contempla).

          Al huir del abstractismo, el insatisfecho Jordi pasa muy cerca del angustiado y obsesivo expresionismo, que engulle tantos pintores. Pero se salva de la parte peor de esta pintura violenta que trata de encontrar la expresión más sincera del arte en la locura. Un vendaval tan desatado, esa terrible pobreza que deshace las formas, ese aspecto de saco arrastrado y lleno de agujeros por donde sale tanta miseria, no envolvió en sus redes a Mercadé, aunque su cercana pisada levantara hacia él alguna salpicadura. Se salvó gracias a la mano, en este caso Virgiliana, de Buffet, singular pintor, cuyas figuras están siempre metidas en una inacabable posguerra. Este artista, al dejar su huella en Mercadé, le empujó hacia un realismo sereno, un neorrealismo lleno de promesas grandes encontradas en las cosas pequeñas.

          En estas inquietudes vivía nuestro Jordi cuando visitó por vez primera la pinacoteca del Prado. Sintió agigantarse en su interior un vigor desconocido al contemplar de cerca la solidez subyugante de las obras de unos pintores españoles que tuvieron por denominador común la sobriedad. Un minucioso análisis de nuestros pintores del Siglo de Oro provocó en él una rebeldía que le llevó a despejar incógnitas. Y las buscó en el terreno del bodegón. Una lucha titánica se entabló, lo sano peleaba contra lo podrido, lo que moría se resistía a sucumbir y no dejaba nacer lo que ya era nueva vida. La espátula raspaba nerviosa, casi cortaba. El pincel hendía las telas. Los restos del abstractismo se batían en retirada, siendo, al fin, vencidos. El nuevo realismo de Jordi quedó esta vez impregnado de una rara musicalidad, venida de la parte enemiga.

          Como consecuencia inmediata, nuevos impulsos llevaron al pintor catalán a caer en el embrujo de esta férrea Castilla, donde los pintores mediocres, que quieren pintarla, se pierden y confunden, donde solo el talento da con el secreto de esa infinita soledad que tiende la mano al cielo. Aquí encuentra Jordi la serenidad que le lleva por mejores caminos, más derechos, hacia los rincones donde el corazón se torna más sencillo, donde la flor de la mente nace con más libertad, sin cizaña de ideas confusas. Aquí le vienen las ideas a su cerebro de privilegio como briosos corceles, ágiles como el viento, que ya no traen encima la jinetada de aquel concepto germano que antes se le venía encima con su pesadez de carreta lenta. Con la nueva luz percibe rumores sin tragedia, con sonoridades abstractas de antaño que le llevan a esas casas solitarias, rodeadas de palos telegráficos como lanzas y chopos sin hojas que duermen en una paz no turbada siquiera por el canto de los pájaros.

          Va Jordi, poco a poco, hacia un alegre y sencillo color; se le va metiendo dentro blandamente, como una afiladísima daga que le abre el pecho y le saca por la herida un tierno lirismo ascético que le deja el alma en plena libertad, como si fuera una veloz paloma que asciende a la altura.

          Jordi ya lleva dentro una estepa llena de romances, que aletean ahora en Cataluña. Y un sudor andariego que humedecerá, si él lo quiere, el corazón de París.

LUIS CARRERA MOLINA

Artículo publicado el domingo 20 de octubre de 1957 en el Diario “El Norte de Castilla” de Valladolid (España).