LUIS SANZ
Una gran parte del público de Valladolid no está satisfecho con que se le haya concedido a Luis Sanz la Medalla de Oro en la Exposición de Arte de O.S. Educación y Descanso, celebrada recientemente en esta Ciudad. Se trata del fallo de un competente tribunal que ha calificado con acertado criterio unas obras de elevado concepto moderno, que constituyen aquí una avanzada de la que los vallisoletanos deben enorgullecerse. Se han celebrado conferencias que trataron de hacer más bellos unos instantes dedicados al arte de la pintura; también para que muchos entendieran lo que de tal criterio iba a derivarse. Se escuchó con interés, esto es indudable, y en general, todo el mundo quedó encantado y esperaba, tras estas interesantes aclaraciones, que todos se pondrían en prudente y justo lugar al recibir la noticia de premios adjudicados. Pero ahora resulta que estos de quienes se esperaba algo, afirman con energía que Luis Sanz no merece tal premio. Sin que yo presuma de adivino y sin que con esto sirva para hinchar de vanidad al pintor galardonado, diré que es muy posible que Valladolid cuente, en Luis Sanz, con un notable artista en un futuro no muy lejano. Las obras expuestas por este pintor, que avanza con rapidez impresionante, están llenas de gran sensibilidad. Y si algo más añadiera, sería para decir que esos cuadros son como sonatas que se ven y se palpan.
Se habló de engaños. Los representantes más altos del arte contemporáneo acreditan con su pintura el camino seguido por Sanz. Por ese afán de semejanza que turba la mente de tantos, se “encontraron” peces en una de las obras del pintor que nos ocupa. Y resultó un paisaje. Se consideró esta confusión como un fraude. Pero Sanz, como todo pintor sincero, no se burla; la decepción viene por dejarse llevar por el espejismo de la imitación. El prejuicio de los parecidos es el mayor escollo en que aún tropieza el aficionado. El arte es distinto de la naturaleza. Se empeñan en fundir estas dos cosas, que son, en gran parte, completamente irreconciliables. El arte ha de inventar siempre nuevas formas que no existan en la naturaleza. El arte es metáfora. Gauguin decía: “¿Por qué no exagerar en pintura del mismo modo que los poetas emplean metáforas?” ¿Por qué ahora se le permite libertad completa a la versificación? Para no cortar el vuelo hacia otros mundos de desconocida belleza. Y son ahora mejores los versos, en muchos aspectos, debido en gran parte a la fuga de las prisiones de su medida. Aquí cabe rendir homenaje a la perfecta métrica, muy capaz aún de enseñarnos nuevas caras. Pero si la poesía puede ser esquemática, también la pintura debe serlo, no esquema de esbozo, sino resultado, pureza simple de forma. ¿Vamos a pensar que las lumbreras del arte actual se han puesto de acuerdo para burlarnos? ¿Se piensa que ahora pintaría Velázquez como pintó en su siglo? Todo el mundo sabe, debe saber, que el artista verdadero ha de ser hijo de su época. Esto no quiere decir tampoco que se rechace de plano toda esa pintura naturalista de la actualidad, que es como el rastro glorioso de pasados tiempos.
Es curioso este afán de quienes de pronto quieren entender, sin preparación alguna. Sin pretender contrariar a nadie, se puede afirmar que el arte no está al alcance de cualquier entendimiento, aunque muchos crean lo contrario. Díganlo los artistas si a mí no se me cree. Lo mismo que los médicos son los que más saben de medicina, son también los artistas los que de arte saben más. Es necesario un cultivo de conocimiento y sensibilidad.
¿Se comprende fácilmente, a pesar del mucho parecido que se les encuentra en algunas cosas, al Greco, Goya y Velázquez? Los incapaces contestarán que sí. Por la semejanza juzgan que una cosa es buena. Y se sorprenden cuando el experto les dice que es mala por las razones que claramente expone, razones que les parecen faltas de lógica. ¿Por qué es mala una pintura? Mucho, que aquí no cabe, se podría decir; pero solo a quien esté muy dispuesto a ello, porque supone largas horas de atención que muchos no están dispuestos a “perder”. Se quiere llegar y besar el santo. Y este llegar y comprender lo alcanza, repito, quien esté dispuesto a cultivarse, y, por excepción, ave rara podemos llamarle, al que va como la flor, que espera con ansia el rocío de la mañana sin saber el por qué de nada. Estos seres extraordinarios no intentan comprender el canto de los pájaros, para gozar de sus trinos, ni entender la ostra para que les guste, como dice Picasso.
Veamos ahora uno de los cuadros de Luis Sanz; el de mayor tamaño. Tenemos a una mujer que mira a un lado. Ese perfil alcanza la gracia de los lineamientos egipcios, y no precisamente por estar esa cara de perfil, sino por ese inefable trazo hundido con energía en oscuridad, como si hubiera sido rayado en una columna del templo de Karnak. Esa mujer mira por la ventana lo que tal vez el artista no viera, porque es un algo que se escapa más allá de las manos y del pensamiento. En otras pinturas nos conduce Luis Sanz hacia rincones ideales que tocan en el seno de la idea. Se tropieza en el fondo cuando menos se espera. Hay árboles que son cuerdas sonoras, y cerros que parecen avanzar suavemente, como ondas que nacieran de suspiros de amor. Cielos y suelos se abrazan levantando toques de campanas entre sinfonías de gris. También los aires se enredan en líneas que se revuelven hacia arriba horadando nieblas, vuelos de larga señal, inexplicables volutas que buscan las más débiles sacudidas vibratorias de ese indescriptible mar atmosférico que persigue su rotura en inalcanzables playas de paz absoluta, un último deshacerse en pequeñas gotas. También azotan pasiones contenidas que buscan la huida de esas cárceles de rojas paredes que arden en fragua, en espera de ese martillazo fuerte que hará de esas planchas, rejas para arar tierras desconocidas. Y en los poblados secos, grupos de casas de paredes blancas, verdes y azules, hechas de luces encantadas, de soles que se mueren en la mansedumbre de las tardes. Cézanne anda muy cerca de esos lugares, dejando en ellos honda huella; pero la marca de Luis Sanz es otra. El pintor de Valladolid pisa de puntillas, para que el eco no estorbe la serenidad que persigue.
¡Qué logro sería Luis Sanz si alcanzara ayuda! Los tulipanes llegaron a mayor exquisitez gracias al esmerado cuidado puesto en ellos. No sería tan caro conseguir de este pintor otro tanto, de este valiente artista que está decidido a luchar contra todo inconveniente y marcharse hacia otras tierras, a aspirar otros aires que le renueven el alma, “aunque me tenga que dejar la barba por no tener ni para una cuchilla de afeitar”. No sería demasiada carga, digo, pues quien vuela no pesa. La semilla está en el camino. ¿No habrá nadie que recoja ese grano y lo hunda en la tierra feraz?
LUIS CARRERA MOLINA
Artículo publicado el domingo 13 de julio de 1958 en el Diario“El Norte de Castilla”, de Valladolid (España).