Otra magistral “incompleta”

 PASCUAL DE LARA

Cuadro El martirio de San Mauricio y la Legión Tebana

  ‘Costurera’, Carlos Pascual de Lara

         No conocí personalmente a Carlos Pascual de Lara. Sin embargo, su muerte me produjo en el alma un temblor inexplicable. Hay seres que parecen dormir dentro de nosotros y al despertar encuentran la muerte. Y esa vida que se fue se ha llevado algo de uno. Estoy seguro que le ha pasado esto a muchos. Lara tuvo el poder de escarbar todas las almas con esa pintura suya, que ya empezaba a ser genial. La huella de su arte estaba ya quedando firme, granítica, como muestra de una poderosa raza del espíritu, conquistadora de los mares enemigos de la incomprensión.

         La pintura de Lara tiene un gran poder, digámoslo así, hipnótico. Prende la mirada y disuelve nuestra voluntad, como un vino generoso, en una pereza desconocida, que sigue influyendo en nuestro interior de tal manera que nos olvidamos del cuerpo para dejarnos llevar por ese mundo de cera. El crepitar de sus velones, allá en el fondo oscuro de una iglesia, son el rezo de los silencios tan elocuentes de esas pinturas. Si no fuera por ese estremecimiento pudiera llamarse a este artista pintor de inanimadas esfinges; pero esos gestos de sus cabezas, tan dulcemente inclinadas, llevan el alma del contemplador a sentir aquellas edades de la isla de Creta, cuando el artista encontró en el fondo azul de las aguas una vida que parecía pertenecer a la fábula. En el arte se juntan los tiempos. La medida de Cronos se rompe en un estallido que tiene ímpetu universal. Lara une la sensibilidad griega con la ibérica de una manera que nos sitúa con inefable alegría en la trinchera más avanzada de la pintura. Se puede soñar con los ojos cerrados; pero este gran artista nos hace abrirlos desmesuradamente para no perder nada de ese dulce efluvio que emana de sus obras como un perfume de ánfora abierta en la tumba de un Faraón, un aroma que nos mata la carne y nos desnuda el alma.

         El adiós que se siente dentro cuando leemos la carta de un ser querido perdido ya para siempre, ese lenguaje de unas cuantas líneas que solo conservan el temblor retratado de la mano, pero desgarrándonos el corazón con esa angustia que nos viene de un más allá, nos atenaza ahora al pensar que las obras cumbres de Lara son misivas rotas que nos unen más a ese recuerdo, a esa especie de saludo último cortado, digo, cuando la mano ha caído sin fuerza para llegar a firmar. Como Schubert, ha dejado este pintor otra magistral “Incompleta”.

         ¿Qué podría decirse aquí de esas figuras tan pensativas? Causan la impresión del profético anuncio de una temprana muerte. Son imágenes repletas de una desbordante vida interior que les deshace sus propios huesos. Esta suele ser una de las señales del que ha de morir tras incendio fugaz. Carlos Pascual de Lara nos abrió antes de irse la puerta de un delicioso recinto. Y aquí hablan las manos tanto como los ojos. Traspasa los objetos una luz azul, diáfana, y la oscuridad se llena de puntitos estallantes como silvestres flores que nacen espontáneamente, deshaciéndose en el aire al primer beso del sol. Todo es caricia en estos poemas escritos, digámoslo así, con las tintas creadas en la paleta.

         El pensamiento se turba y sangra el corazón ante la inesperada ausencia que nos ha deshecho una esperanza. Hay como una peste que se lleva a los artistas. A la Muerte se le ha vuelto delicado el paladar.

LUIS CARRERA MOLINA

Artículo publicado el domingo 9 de marzo de 1958 en el Diario “El Norte de Castilla”, de Valladolid (España).