Una Madonna en un cuadro circular

LUIS DE MORALES

‘Piedad’ (1565), Luis de Morales

        Ha sido hallada en Italia una pintura del artista español del siglo XVI Luis de Morales, “el Divino”. Fue descubierta en la Basílica de San Pablo el Mayor, de la ciudad de Nápoles. Se trata de un cuadro de forma circular, de 95 centímetros de diámetro, representando a la Virgen con el Niño en brazos. No es esta una forma corriente de cuadro en nuestro extremeño pintor, ni en ningún artista español. Parece ser un encargo, que en este sentido tiene la redondez del cuadro una muy lógica explicación. Y digo encargo por decir, pues muy pocos tuvo este pintor en su dilatada vida. Al limpiarse el cuadro de la “Madonna”, por orden del padre general de los Teatinos, para que sin esfuerzo pudiera leerse una borrosa inscripción latina, apareció la firma de Morales. El antifaz que el descuido pone en manos del olvido, ha sido levantado, una vez más, en una obra de arte. Fue como el oro encontrado por quien no lo busca y casi nunca hallado por el afanoso explorador.

        Causa alegría descubrir de vez en cuando estos trabajos debido al noble impulso de los escogidos del arte. Causa a la vez tristeza ver cómo se abandona lo que fue regalo de los ojos y regusto para el intelecto en cualquier tiempo, no importa cuándo, y hasta muchísimos años después no arrancado de los sótanos de la perdida memoria, que la casualidad, oportuna tantas veces, se preocupa de refrescar tarde o temprano.

        Pertenece Morales a esa clase de artistas a quienes las circunstancias de la vida obligan a meterse en sí mismos y no pintar sino para ellos, por el puro e inevitable afán de gozar de ese luminoso tormento de la creación. Es muy posible que ello le llevara a conseguir en sus obras una mayor exquisitez, aunque fuera dentro del “manierismo” o tendencia a pintar, según la manera de los grandes maestros reconocidos, mal en cierto modo, muy de aquella época; pero no tanto que fuera para él una rémora para su arte, sino su forma natural de interpretar y llenar de peregrina elegancia espiritual ese “oficio” que le llevó casi a poner los dedos a la misma altura de los grandes maestros de su siglo. Ese cierto manierismo, que le viene, tal vez, de una excesiva preocupación formal (y no de rutina, pues eso sería amaneramiento) penetra en el alma del contemplador, dejándole dentro una muy concreta definición de lo que fue entonces una original traducción de la parte de conocimiento que de fuera le vino. Esta es, y no otra, la solución que los artistas españoles ofrecen, en todo tiempo, a lo extraño. Pero lo mejor está en la fibra de lo que aquí nace. Estos resultados son vistos desde lejos, como las agujas góticas. Y desde esas alturas el arte vuela por regiones de santidad. Es difícil un equilibrio tal, sin caer en la pulida estampa, que artistas extranjeros de mayor prestigio en ella acabaron. Lo que Italia enseña a Morales, este lo “habla” con acento español, igual que en Castilla Pedro Berruguete. Y a lo español canta Flandes en el extremeño matraz.

        El “Divino Morales”, que comienza pintando en tamaños grandes, va poco a poco reduciéndose y eliminando figuras hasta dejar a lo sumo tres. Su arte se vuelve así más punzante y, por si fuera poco, ahí están esos fondos, que hacen la tristeza más suave. La sensibilidad de color es tal en sus obras, que traspasa la realidad para ir a dar en el prisma de un ideal deshecho en tonalidades espectrales. He aquí cómo el pintor parece introducirse en la antesala del “más allá”, por medio de esa especie de transfiguración. Es el arte de un mortal que arranca sus figuras del interior de las Catedrales góticas. Entrad en ellas y tropezaréis en la media luz con seres semejantes. Mirad la delgada mujer, que reza transida de angustia, la que está junto al escalón …; ponedle un marco y veréis. Y un caballero de altas cejas, vestido de negro, acaba de salir de una pared …; no es un fantasma, es San Juan de Villegas. Si alzáis los ojos hacia la luz venida entre los colores de la vidriera más grande, en ese haz de sol que se estrella contra la columna de acá … tal vez veáis bajar un ángel. Estas mieles empapadas de espíritu las llevó Morales a sus ascéticas figuras. De ahí le viene, quizá, ese dorado frío de hueso que traspasa al contemplador, encajándolo en ese a veces penoso mundo de piel pegada a la ósea armazón, ya sin huella de músculo. Son figuras quemadas también por nocturnos azules, colores de penitencia, sin humano materialismo, llamas que ya no pueden ser ni rojas ni amarillas. Y la violácea transparencia de las manos, tan afiladas, tocan extremos de tonalidad indefinible, límites que rozan los pliegues del alma. Son seres resucitados, venidos al mundo un instante para volver enseguida al silencioso retiro. Es pintura para cristianos anacoretas, esta del pintor de Badajoz. Se hunde el alma en esos rostros de limpia expresión, verdaderas estampas de pureza virginal. La muerte y la vida juegan aquí un trémolo anhelante de sombras y luces: Cristo Niño, Cristo Hombre, Cristo Muerto, inflama con su gracia la sonora oscuridad. Y también la Virgen, con su celeste sonrisa. El incendio del ideal más alto reverbera en los sombríos fondos y cubre de fulgores esos tostados nocturnos, resplandores fugaces del genio, que le huye, le aletea cerca y le embiste como un mosquito pertinaz. Es pintura para aquellos que sienten junto al ciprés el deseo de apuntar todo su ser al cielo por el precio del martirio. El dulce quejido del árbol triste, cuando le azota el viento, es el mismo de estas voces melancólicas vestidas de carne perecedera que, por gracia del artista, viven eternamente sobre la dura tabla.

        Luis de Morales, “el Divino”, pintó, como prueba para El Escorial, una obra (Jesús con la cruz a cuestas) que no gustó a Felipe II. Un último esfuerzo fallido que le había de llevar a la máxima pureza de su arte, pero también a su mayor miseria. El Rey Prudente, de paso por Extremadura hacia Portugal, trató de remediar tanta necesidad al oír del pintor la respuesta a “Muy viejo estáis, Morales”. “Muy viejo y muy pobre, mi Rey y Señor”.

LUIS CARRERA MOLINA

Artículo publicado el domingo 10 de agosto de 1958 en el Diario “El Norte de Castilla”, de Valladolid (España).