Exposición de pintura

GERARDO RUEDA

‘Composición’, Gerardo Rueda, Museo Reina Sofía

          El día 5 fue clausurada una muestra de arte abstracto en el salón de Exposiciones de la Sucursal de la Caja de ahorros y Monte de Piedad de Salamanca, establecida en esta ciudad de Valladolid.

          Si la pintura no ha de representar nada, sino a ella misma, hubo de verse un muy original resultado de este concepto en las pinturas de Gerardo Rueda. Más que nunca se demuestra aquí que el arte es ancha vía y nunca meta. Y quien se atreva a enjuiciarlo de otra forma resbala sobre toda la historia del arte, quedando, al fin, en la más incierta postura. La pintura de ahora tiende al esquema, como la escultura y la arquitectura. En el momento presente, el verdadero artista conoce más que nunca la potencia musical que se encierra en la línea. Y es esta otra artesanía, llamémosla así, que libra de esa certidumbre que a tantos artistas anuló en el pasado, por obligar a pintar las cosas “como son”, olvidando que entre esas falsas realidades cada uno se sirve la suya.

          Si es tolerable una figura en blanco y negro, con ausencia total de color, ¿por qué no independizar también el color y desprenderle, si así conviene, de la forma que se mueve entre las semejanzas de las corrientes cosas? Las opiniones (digo opiniones, no bases o leyes por las que el arte se rige), cuando son poco meditadas, inclinan con demasiada violencia la balanza a uno u otro lado, sin concesión alguna a la prudencia, negando muchas veces las evidencias de otros campos, muy dignas de tenerse en cuenta. Nadie puede o debe encerrarse en su “yo” para sentenciar. Naturalmente, es muy difícil sustraerse al yugo de la propia personalidad. Pero quien para sí tenga opiniones parciales guárdelas y busque, en cambio, esa armonía necesaria que da una tolerancia bien medida. No se puede poner cátedra en contra de aspectos insospechados de la pintura por el solo hecho de que no quepan dentro de nuestra comprensión, ni menos ordenarlos en catálogos con definiciones demasiado concretas. Si esto fuera posible tendríamos entre las manos la mejor prueba de la muerte del arte.

          El arte abstracto es una gran consecuencia, una fortísima reacción contra ese realismo tan mal entendido de cierta pintura del pasado siglo. Gracias a esta reacción, las artes tienen hoy una vitalidad tan poderosa, o más, que la del Renacimiento italiano. Que sea difícil de ver no dice nada en contra; estamos aún demasiado cerca para rechazar esta aseveración y sí hay clarísimas razones ahora para sostenerla, que tal vez fueran muy largas de contar. Dejemos paso a bases nuevas sobre ideas eternas y muy antiguas, de gran sustancia, que han sostenido siempre que el arte no ha de perseguir la belleza como único fin. Además, la belleza tiene muchas caras y el arte ha de seguirlas todas. Y más allá. Una de estas es la de Gerardo Rueda. Hay en estas abstracciones sabores precolombinos, de cuando pintar era simbolismo terreno y era falsa toda pintura que no tuviera una práctica y a la vez misteriosa significación; de cuando el arte era servidor del barro cocido y de la manta del caminante de las selvas y de las crestas andinas. Se siente de todo eso una delicada rozadura. El artista ha sabido colocarse en una línea de poesía pura, en esa frontera cuya esencia está embutida en ansias que acosan constantemente a este pintor. Pero en otras pinturas tal cosa parece romper el alma del artista como si fuera de cristal. Hay también cuadros que nos estremecen como esas risas metálicas que sacan tantas veces al pensamiento de su profundidad, de manera semejante a un latigazo que se recibiera en el rostro. Aquí podríamos contener un poco a Gerardo Rueda con aquello de “hay que comprimirse”, para que el excesivo impulso de su idea no le lleve más allá de la cuenta y las alas de cera de su pensamiento se le derritan en pleno vuelo, al sentir, antes de tiempo, la quemazón de sol de infierno que le disuelva el cerebro.

LUIS CARRERA MOLINA

Artículo publicado el 7 de marzo de 1959 en el Diario “El Norte de Castilla”, de Valladolid (España).