Pintura visionaria

ROBERTO GUTIÉRREZ SOSA

“Paisaje”, Roberto Gutiérrez Sosa

          ¿Quién diría que en estas pinturas se bate una luz de catedrales? Se mezclan luminosidades de vidrieras rojas con grisuras tenues de piedra. Es al mismo tiempo una visión fantasmagórica de montañas abruptas coronadas por la blancura de unos pueblos también fantasmales. Convivimos en un mundo de cristal, de rubí. Nos encontramos con una pintura que sufre, se retuerce y sangra; pintura visionaria, de ascua, de pira. El Greco ronda, da vueltas por aquí; parece un cretense que se ha vuelto loco al beber este vino mortal, para pasar a otra vida más exaltada.

          Se camina por ciudades circulares como plazas de toros. El círculo, a semejanza de un ojo que nos mira, vuela por los cuadros buscando colinas y en ellas se posa transformado en pueblo ibérico. El toro sangra y gime porque la plaza es pequeña, porque le falta espacio para dar una embestida contra el suelo que le abrasa. Se puebla la imaginación de gentes de aquella tierra antigua nuestra, mandadas por Orisón, que ganaban batallas con las teas encendidas en las astas del toro, incendiando el aire, batiendo con las pezuñas un suelo como la piel de un tambor, en su carrera hacia las tirantes llanuras.

          También andan por aquí máscaras salidas de carnavales melancólicos, gentes que vuelven tristes de sus bailes, que perdieron ya su locura para mirarnos ahora, dulcemente aherrojadas por la razón.

          Hasta aquí lo que sugieren las obras de este pintor de Santander, que sabe pintar. No se puede decir de todos lo mismo. De este sí podemos decir que sabe lo que hace. Coge la pasta, la prepara, la deja endurecer y sobre ella barre el color, que salta en chispas de luz. El blanco juega en este sueño de pintura un importante papel. Parece que Gutiérrez Sosa prepara el color a golpes y lo mete a cocer en el horno para conseguir la calidad de una vasija. Y con la espátula hace lo demás, sin miedo alguno. Y consigue espacio, aunque las cosas estén todas aquí, lo mismo las que se hallan lejos como la que están cerca.

          Representa esta pintura una aguda penetración de los problemas de peso del color. Todo es, además, dinámico. La fuerza rebosa, estalla bajo esta ira de fuego que podríamos llamar expresionista. Es difícil contrastar los rojos sin verdes. Este pintor lo consigue casi milagrosamente, con unos barridos ásperos de negro junto a blancos puros; y con tal fuerza que parece que el artista se quiere evaporar en centelleos logrados sabiamente con la carga de su duro pincel. Hay otros hallazgos que solo en bodegones de gran arquitectura se podrían conseguir; ello se ve en la manera y firmeza de componer esas marinas, donde el agua se bate contra la piedra a mordiscos.

          James Ensor y Benjamín Palencia verían con mucho agrado esa vorágine de color y de forma de este volcánico pintor del Norte.

LUIS CARRERA MOLINA

Artículo publicado el miércoles 24 de noviembre de 1965 en el Diario “El Norte de Castilla”,de Valladolid (España).