Tras la armonía de la desigualdad

WILLI BAUMEISTER

  ‘Download’, 1934 Willi Baumeister

       Nuestro siglo busca, más que nunca, la armonía de la desigualdad. Pensamos que para el sosiego contemplativo hay necesidad de una simetría, masas que equilibren otras. Si fijamos bien nuestra atención veremos que casi todo está torcido. He aquí el terreno nuevo, de ahora. En la Naturaleza las cosas aparecen casi siempre revueltas, raramente encontramos un cuadro “hecho”. De aquí surge la necesidad de la concepción del hombre, para equilibrar dentro del desequilibrio y encontrar la máxima belleza en medio de la más profunda vibración. Y así la gracia del arte se acerca al artista, que la agita, transforma y lleva a la más alta claridad. El arte abstracto trata de encontrar la solución total de este fundamental problema. Se vacila, sí; pero no son pasos indecisos los que se dan, pues están sobre la base de veinte mil años de arte. Los grandes artistas del pasado vestían su realismo con abstracciones. Tal vez no tuvieran una conciencia absoluta de ello; pero ahora se tiene.

       Un rostro y un paisaje nos producen una emoción intensa cuando hacemos de ellos una idea, un juego fundamental, no copia. Esta es una de las puertas por donde se ha de entrar. Nuestra época lucha por este camino con ímpetu desconocido desde los tiempos del Renacimiento. Se busca, entre aspectos de escaso valor, lugares antes despreciados. Se dan así importantísimos hallazgos que están casi al margen de la realidad física. Excepcionales figuras descubren allí lo que les empuja a utilizar materiales de toda clase que les vuelvan al aire las escondidas verdades, entre infinitas posibilidades conseguidas con el simple arañazo o en la mancha construida con el certero arrastre del trapo. El arte alcanza de esa manera la categoría del pasmo, que a tantos enfurece, sin razón. Es sorprendente, al situarse frente a un cuadro, ver en él, como por casualidad, formas cristalinas, caprichosas estalagmitas que encierran hombres fosilizados, del color del ópalo; gotas de agua que son ojos cristalizados de una profunda mirada, sorprendida en momento de una gran intensidad, luceros que brillan en esa pintura como turquesas; piedras que se funden en transparencias de pálidos amarillos y violetas; sugerencias que nos hunden en el reino de los sueños, remozándonos el alma. Un aire de vidas desconocidas para nosotros, vitales fuerzas que sin saberlo llevamos dentro, nos azota el rostro haciéndonos cerrar los ojos para sentirlo con mayor intensidad. No se desprecia motivo que pueda hacer cabalgar la imaginación a lugares de pesadillas: hasta allí puede esconderse la belleza. Ella puede estar en todas partes, igual que la vida y la muerte.

       Señalemos aquí el éxito de una Exposición que se celebra actualmente en la alemana Colonia. Se dan en esta muestra todas las características arriba señaladas. Willi Baumeister, genial pintor germano, muerto hace poco más de dos años y cuyas obras se expusieron también en Madrid no hace mucho tiempo, dejó en estas obras símbolos de gran vitalidad. No se puede huir del hechizo de su pintura que, una vez vista, los ojos quedan prendidos en ella. Caminan nuestras sensaciones sobre filas de animales que andan al borde de abismos insondables, en alucinante equilibrio. Parecen seres que vivieron en desiertos sin más alimento que la tierra, que muerden con ansia. Desollados toros tendidos sobre piedras al sol retuercen su carne de anárquica forma. Reverberaciones blancas de otra luna más grande que la nuestra envuelven los paisajes en sudarios transparentes. Lo vegetal está rígido, fósil, en estado de crisálida, para pasar luego al de blandura y dejarse abrazar sin resistencia por el aire que le da la vida. Se animaliza lo vegetal y se vegetaliza lo animal. Animalejos que parecen murciélagos, con distancias de parentesco, como la del mono al hombre, cruzan veloces esta luz blanca. Moscas azules descargan explosivas gotas verdes sobre negras caracolas. Extraños pajarracos vigilan desde altísimas montañas el fondo de los valles, espiando algo vivo que sacie su hambre eterna. Curiosas naves sin velas navegan a la deriva en mansos mares verdes donde se reflejan rojos soles. Y no falta la sorpresa de una humana cara que mira tres lanchas que unos hombres empujan de la playa al mar. Perfiles de cabezas dejan la impresión delicada de una hermosura física que aún no conocemos. Esqueletos humanos saltan desde altos peñascos estrellándose en pétreos fondos de lagos secos, y allí se quedan los huesos eternamente pegados en altorrelieve. Todo parece desarticulado y, sin embargo, hay una relación subyugante.

       Baumeister empleó la arena, abultaba sus telas con materiales de albañilería. Su pintura crece y decrece como un anhelante pecho que se agita en entrañas geológicas. El mundo que debió ser, allá perdido en el principio de las edades, está imaginado por este gran poeta de la coloreada materia, sobre firme y audaz concepto y vigor difícil de olvidar. Es la curva amplia que viene de allá hasta aquí, rastreando sobre el arte de todas las épocas.

LUIS CARRERA MOLINA

Artículo publicado el domingo 27 de julio de 1958 en el Diario “El Norte de Castilla”, de Valladolid (España).